Enfrentando la obesidad infantil: más allá de la salud física.
Uno de los principales desafíos sanitarios en el mundo del siglo XXI es combatir la obesidad infantil. Esta constituye una inmensa carga para quienes la padecen, sus familias, la sociedad y la economía.
La obesidad en el niño se asocia al desarrollo temprano de enfermedades cardiometabólicas, hepáticas, renales y varios tipos de cánceres, reduciendo notablemente la esperanza de vida y el bienestar de las personas.
En El Salvador nos enfrentamos a la doble carga de la malnutrición. Por un lado, tenemos la prevalencia de un 9.1% de desnutrición crónica en los niños y en contraparte se lucha con un 30.7% de prevalencia en sobrepeso y obesidad infantil, según reportes del PMA en el 2017. Desde el año 2020, se agrega el impacto de la pandemia por la COVID-19, con lo cual se adoptaron medidas de cierre en muchos aspectos de la sociedad, entre ellos el cierre de escuelas y el aislamiento social de los niños. Las consecuencias fueron un cambio en los hábitos alimentarios, con un aumento de peso y un incremento del sedentarismo, factores propicios para el desbalance energético/movilidad traducido en obesidad (1).
El abordaje del núcleo familiar también es de suma importancia, pues la alimentación de los niños es un reflejo de las costumbres alimenticias practicadas en el hogar. La contextura de los padres nos puede predecir el riesgo de que un niño pueda ser obeso en su vida adulta, siendo más determinante el padre en un 40% vs. madre con un 25%; mientras que, si ambos padres son obesos, el riesgo puede ser de la sumatoria (65%). Las causas de la obesidad infantil son complejas y multifactoriales, incluyendo causas sociales, conductuales, ambientales y factores genéticos que operan a lo largo del curso de la vida.
Abordar esta compleja enfermedad también requiere un enfoque multifactorial, que incluya políticas que ayuden a promover alimentos más saludables y actividad física, junto con intervenciones clínicas que ayuden tanto a prevenir como a tratar la enfermedad. Estudios nacionales e internacionales muestran al síndrome metabólico como la condición subyacente a la asociación de la obesidad infantil, con el mayor riesgo de presentar las enfermedades antes señaladas en la vida adulta. Más de la mitad de los niños obesos presenta uno o más de los factores de riesgo cardiometabólicos que forman parte de este síndrome: presión arterial elevada, dislipidemia, intolerancia a la glucosa, hígado graso no alcohólico e inflamación crónica, entre otros (2).
En la actualidad también se tiene claro que, en el caso de los niños y adolescentes, los efectos de la obesidad se manifiestan mucho más allá de la salud física. Por ejemplo, cada vez hay más evidencia científica que muestra las consecuencias negativas de la obesidad, la dieta occidental y el sedentarismo en el rendimiento académico. El impacto de la obesidad y de los estilos de vida sobre el funcionamiento cerebral ha captado la atención de la comunidad científica, que ha desarrollado investigación básica y aplicada para llegar a comprender esta relación. Ahora, es bien sabido que la obesidad y sus factores de riesgo afectan estructuras cerebrales fundamentales encargadas de funciones como la memoria, el aprendizaje y el control ejecutivo. Este último, quizás es menos conocido, pero resulta esencial para un buen desempeño cognitivo y conductual en la sala de clases.
Estudios a través de marcadores de obesidad, como el IMC, el perímetro de cintura y el tejido graso aumentado, también se relacionaron con menores notas escolares, siendo el efecto más pronunciado en los participantes hombres. En este mismo grupo de jóvenes, se pudo demostrar una relación positiva entre la calidad de la dieta y la nota promedio al egresar de la enseñanza media, independiente del estado nutricional, el sexo y el nivel educativo de ambos padres (3).
Por tanto, para el manejo de la obesidad, el médico pediatra, cuenta con el apoyo del especialista para descubrir causas subyacentes y tratar las diferentes enfermedades que se presentan como consecuencia de esta patología. Se debe prestar atención al seguimiento del niño y de todo el grupo familiar para lograr cambios beneficiosos que sean perdurables en el tiempo.
Un equipo multidisciplinario debe apoyar sobre las diferentes intervenciones que se pueden lograr a nivel de prevención y promoción, para lograr modificar hábitos y comportamientos que llevan al aumento de los factores de riesgo de enfermedad cardiovascular. Y, por último, incorporar apoyo emocional para evitar que la obesidad interfiera con los procesos cognitivos de los niños, que les permita desarrollarse plenamente en la adquisición de conocimientos en conjunto con adecuadas relaciones interpersonales.
REFERENCIAS.
1. Almonacid, A. Obesidad infantil: repercusiones postpandemia y el factor escuela. Pediatr. Vol. 93 No. 3. Santiago 2022.
2. Burrows, R. Obesidad en niños y adolescentes. INTA. Universidad de Chile. 2021.
3. Increased Adiposity as a potential risk factor for lower academic performance. Nutrients.